Benarés, actualmente llamada Varanasi, representa todo aquello que contrasta con nuestros principios y costumbres occidentales. El primer contacto con la India a través de Varanasi puede llegar a ser un shock para alguien que no esté acostumbrado al estilo de vida hinduista.
La ciudad sagrada, bañada por el Ganges, es un centro de peregrinación donde se cree que cada inmersión en el río sirve para expiar los pecados. Lanzar las cenizas de un cadáver, a su vez, rompe con el ciclo de las reencarnaciones del difunto. Montones de peregrinos llegan a la ciudad en busca de la paz redentora que ofrece la diosa Ganga y son centenares los ancianos que deambulan por las calles esperando el toque de gracia que los llevará al descanso eterno.
Vida y muerte se mezclan en este río donde se pueden ver niños jugando a la pelota mientras esquivan algún cuerpo surcando por sus aguas sagradas. Nosotros dejamos de amar y comprender a la muerte hace mucho tiempo. La escondimos bajo nichos de cemento. Aquí en la India la muerte se venera al igual que la vida y juntas van de la mano para darle un lógico sentido a nuestra existencia.
Sorprende encontrarse deliciosas samosas, lassis, talis o chapatis apenas a dos metros de distancia de una vaca haciendo sus deposiciones o respirar a la vez el humo a carne quemada de alguna cremación en el ghat más cercano.
Cremaciones, incienso, excrementos, biriani, samosas, curry, asados, hierbas aromáticas… Andar por Varanasi es un menú completo para nuestro olfato. La riqueza de aromas y colores se mezclan en un sinfín de tonalidades y constituye un verdadero placer perderse entre el bullicio de sus estrechísimas calles para acabar en un ghat en el atardecer y presenciar uno de sus rituales sagrados con fuegos y pétalos lanzados al río.
El Ganges, y Varanasi a su orilla, son lugares sagrados para los hindúes, por eso, durante todo el año llegan a sus ghats miles de peregrinos de todas partes del mundo para bañarse en las aguas del río, liberarse de sus pecados, hacer ofrendas o incinerar a sus seres queridos. Incluso, toman agua del río para purificarse por dentro. No sabemos si te purifica, pero que te limpia te limpia.
Uno puede ver, al mismo tiempo, la ceremonia de cremación de los cuerpos, familias enteras bañándose, mujeres preparando ofrendas con comida y velas para dejar en las aguas del Ganges, hombres lavando ropa, niños nadando, adolescentes jugando al cricket, personas rezando, meditando y practicando yoga, pintores de barquitos tirando pintura al río, búfalos tomando su baño diario, sacerdotes o garúes ofreciendo oraciones a los peregrinos, mendigos y vendedores de droga, entre otros personajes. Todo junto y en un mismo lugar: los Ghats de Varanasi.
Los hindúes creen que el lugar propicio para incinerar los cuerpos es el Manikarnika. Los cuerpos son transportados a través del casco antiguo hacia el río sagrado sobre camillas de bamboo y cubiertos por telas naranjas o amarillas. Es muy común ver las procesiones por los callejones de la ciudad mientras el resto de las personas siguen con su vida cotidiana.
Antes de la cremación, el cuerpo se moja en el río y, luego, se le quitan las telas de colores. Debajo de éstas el cuerpo está envuelto en una tela blanca y así se deposita sobre la fogata.
En la parte superior del ghat se acumulan pilas y pilas de troncos. Los encargados de los troncos los pesan cuidadosamente para calcular el costo de la incineración. Saber la cantidad exacta de madera que se necesita para cremar completamente un cuerpo no es fácil y, quienes se encargan de ellos, manejan muy bien este arte, como lo llaman algunos. Cada tipo de madera tiene un costo y, la de sándalo es la más cara. Las familias pagan por la madera necesaria, si el dinero no alcanza para pagar toda la madera, lo que no se llegó a quemar, va al río. En general son partes muy pequeñas que, según nos contaron, los peces se encargan de ellas.
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