Ubicada en la costa este de Escocia, a orillas del fiordo del río Forth y en la autoridad unitaria local de la Ciudad de Edimburgo, es la capital de Escocia desde 1437 y sede del gobierno escocés. Fue uno de los centros más importantes de educación y cultura durante la Ilustración gracias a la Universidad de Edimburgo. Sus distritos The Old Town (ciudad antigua) y The New Town (ciudad nueva) fueron designados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995. Según el censo de 2009, tiene un población total de aproximadamente 477.660 habitantes.
Hay ciudades a las que les das la mano y te cogen el brazo. O les das la razón y te cogen el corazón. Una de ellas es Edimburgo. Son varias las razones culturales que pueden atraerte a ella: sus raíces celtas, sus figuras literarias (desde las aventuras narradas por Stevenson hasta los decadentes 90’ plasmados por Irvine Welsh), su festival internacional, su castillo, sus leyendas de fantasmas… Nada decepciona. Pero la ciudad tiene un encanto especial que va más allá de todo motivo racional reflejado en una guía turística que hace que a cada paso dado y a cada segundo vivido en sus calles sea más difícil abandonarla. Edimburgo es una ciudad con muchas atracciones turísticas de las de cámara de fotos y posados, pero todas las calles tienen su encanto. El mejor plan es simplemente perderse por ellas, guiándose por el instinto. No obstante, y por si nuestra brújula instintiva se estropea, os damos algunos puntos de referencia para reencontrarse.
Una de las escenas más divertidas de la película The Angels’ Share de Ken Loach transcurre en la visita de sus protagonistas a Edimburgo. Era la primera visita de uno de ellos, Albert, quien ignoraba la existencia del imponente castillo. “¿Por qué lo pusieron ahí arriba?”, pregunta, inocente.
Lo primero que nos recomendará una guía turística al uso es la visita al magnificente Castillo de Edimburgo, que saluda majestuosamente a la ciudad desde una roca volcánica, y es, sin lugar a dudas, la cara bonita que se vende en todos los folletos. La fortaleza ha alojado a varios monarcas escoceses, entre los que destaca la reina Margarita. Hoy día sus dependencias todavía tienen fines militares y se pueden visitar diferentes espacios dedicados a la historia militar escocesa. Cada día se puede asistir al ‘One o’clock Gun’, disparo que se efectúa a dicha hora. Esto procede de la segunda mitad del siglo XIX, como ayuda para que los veleros establecieran la hora de sus relojes, que todavía no eran lo suficientemente fiables y precisos. El precio de la entrada al castillo es de 16 libras, y su entrada es libre un día al año: el 30 de noviembre, día de Saint Andrews, patrón de Escocia.
La calle que baja del castillo no es una cualquiera: se trata de la Royal Mile que, como su propio nombre indica, tiene una longitud de una milla (1.609 metros). Hoy día esta calle empedrada todavía nos remitiría a siglos atrás si no fuera por la gran cantidad de tiendas de souvenirs (por supuesto, no podían faltar las kilts de mejor y peor calidad) y restaurantes para turistas. Que no nos sorprenda si caminando vemos personas escupiendo al suelo: seguramente lo estarán haciendo sobre el Heart of Midlothian, un corazón en mosaico ubicado donde antes había una prisión. Antes se escupía como muestra de desdén hacia los prisioneros que iban a ser ejecutados en público; hoy, el significado se ha tergiversado y lo que podría ser un gesto incívico, se interpreta como una llamada a la buena suerte, o a la fortuna de encontrar el amor.
Esta “milla real” desemboca en uno de los tantos lugares mágicos de la ciudad: Holyrood Park. Aquí nos saluda, en primer lugar, el edificio que aloja la toma de decisiones en la actualidad: el Parlamento Escocés, obra arquitectónica abstracta del arquitecto catalán Enric Miralles, fallecido durante su construcción. Frente al lugar donde actúa la democracia escocesa se encuentra el Palacio de Holyrood, hogar escocés de una institución más estanca, la casa de verano de la Reina Isabel II. Ambas construcciones están a los pies del Arthur Seat.
Por supuesto, es obligatorio pasear por Princes Street, la calle donde empieza la película Trainspotting con Ewan McGregor y Ewen Bremmer huyendo de la ley. Calle llena de comercios, una impactante vista del castillo y de la Old Town. Nuestros pies ya nos llevarán sin darnos cuenta a los Princes Street Gardens.
Si te gustan los parques date una vuelta por The Meadows, en el sur del centro de la ciudad. Cuando el frío afloja y en el constante cielo encapotado aparecen unos tímidos rayos de sol, este parque se abarrota de jóvenes que se reúnen para hacer una barbacoa, tocar la guitarra o jugar con la pelota. O todo al mismo tiempo. No es de extrañar, pues contigua al parque se ubica la Universidad de Edimburgo, una zona por la que vale la pena pasear y donde se puede comer a buen precio.
También cerca del ambiente universitario, en George IV bridge, nos toparemos con una estatua curiosa: un perro de raza Skye Terrier. Se trata de todo un símbolo de la ciudad y de la cultura local, Greyfriars Bobby, un perro que se plantó en el cementerio de la ciudad, en la lápida de su amo, hasta que murió. Pasaron 14 años. Dado que los animales no pueden tener tumba en un cementerio de personas, se erigió dentro una fuente en homenaje a él, donde muchos anónimos todavía dejan objetos en recuerdo de su lealtad, como muñecos y juguetes para perros.
Holyrood Park es un espacio natural con un aroma un tanto highlander donde viajeros y turistas se entremezclan al subir el Arthur Seat, el pico más alto de las colinas que rodean Edimburgo, y que antiguamente era un punto estratégico a la hora de defender la ciudad. Con una altura 251 metros, hoy es uno de los mejores sitios para admirar la belleza de Edimburgo y sus alrededores. La subida, aunque intensa, es apta para personas incluso con un bajo nivel físico pero con una buena motivación. En sus faldas hay un estanque donde disfrutar de momentos de relax tras la subida.
Otro mirador de la ciudad mucho menos famoso pero recomendado por los locales es la Blackford Hill, donde se encuentra el Observatorio de Edimburgo y desde donde se puede admirar una preciosa panorámica de la ciudad y su costa. En un día claro se puede divisar fácilmente la colina de North Berwick.
Por último, uno de los rincones más populares de la ciudad: Calton Hill, una colina que se alza al final de Princess Street y al inicio del barrio de Leith. Esta colina de fácil y céntrico acceso es una buena oportunidad para apreciar la diferencia entre la New Town y la Old Town. Al mismo tiempo cobija monumentos como el National Monument, una peculiar construcción que recuerda al Partenón de Atenas, erigida en memoria de los soldados escoceses que murieron en las guerras napoleónicas.
Leith lo tiene todo y no tiene nada. Es un distrito anexionado a Edimburgo con un encanto quizás más atractivo para el viajero que para el turista de monumentos. Es el escenario de las novelas de Irvine Welsh. El hogar de J. K. Rowling antes de triunfar con su Harry Potter. La cuna de los gemelos de The Proclaimers. Pese a los esfuerzos institucionales en cambiar la imagen del barrio, Leith todavía desprende un aroma un tanto bohemio de decadencia. Basta con pasearse al anochecer por su columna vertebral, Leith Walk, para introducirse de pleno en la cultura escocesa del alcohol: bares a cada paso, hombres y mujeres de todas las edades abrazándose a pintas de cerveza. Lager o ale, la tostada procedente de una de las tantas breweries (fábricas de cerveza) de Escocia.
Históricamente Leith fue el puerto de Edimburgo, aunque administrativamente era un burgo municipal diferente. La capital de Escocia lo engulló en 1920, a pesar de contar con la oposición de los habitantes de Leith, que votaron ampliamente en contra en un referéndum. No te pierdas un paseo por sus calles y, si el tiempo acompaña, un picnic en los Leith Links, que se abarrotan durante el festival que se celebra cada año la primera semana de junio.
Si te gusta caminar, una bonita experiencia es recorrer el llamado Water of Leith al completo: un recorrido de 20 kilómetros que te llevará desde el puerto hasta la población de Balerno. Está muy bien señalizado.
Bañarse en el mar del Norte que acaricia Edimburgo no es imposible. Depende de la resistencia a las bajas temperaturas de cada uno, pero cuando el sol hace presencia en la capital escocesa en mayo o junio, cualquiera puede darse el capricho, sin sufrir demasiado, de decir aquello de “me he bañado en el mar del Norte”.
Aun sin mojarse, la playa y costa de Edimburgo es un paseo largo y agradecido a lo largo del estuario conocido como Firth of Forth. Precioso incluso en días grises y lluviosos. Esta zona se la conoce como Portobello, un lugar con apariencia de pueblecito pesquero donde parecerá que hemos cambiado de ciudad.
Para seguir disfrutando de paseos con vistas al mar, otro clásico altamente recomendable es la isla de Cramond, que tiene una peculiaridad: cuando sube la marea, la pasarela que la une con Edimburgo queda sumergida, y por tanto, queda aislada. Es recomendable, pues, consultar siempre los horarios de la marea para evitar quedarse atrapado.
El símbolo por excelencia del Firth of Forth es, sin duda, el Forth Bridge, un puente rojo de dimensiones colosales que une Edimburgo con el área de Fife con vías ferroviarias. Desde el Forth Road Bridge, que permite la circulación de peatones, bicicletas y vehículos, podemos captar una buena panorámica del estuario y del puente rojo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario