A quién no le hubiese gustado ser Lawrence Schiller el 23 de mayo de 1962. El joven fotógrafo tenía el encargo de Paris Match de fotografiar a Marilyn Monroe en el rodaje de Something’s got to give, y tras una escena en la piscina la actriz se quitó el bikini y empezó a posar para él. Quería eclipsar a Elizabeth Taylor, de quien sentía celos porque los estudios Fox estaban completamente volcados en la promoción de su película, Cleopatra.
La situación fue la siguiente. Tras rodar la escena, Marilyn se dirigió a Schiller y le preguntó qué pasaría si de repente salía del agua sin su bikini color nude, explica el protagonista de la historia. “Tú ya eres famosa, ahora me vas a hacer famoso a mí”, le contestó riendo. Y así fue cómo ese repentino, pero bien pensado, desnudo dio un empujón a la carrera del joven fotógrafo estadounidense.
Schiller y Marilyn se conocían de antes. Un inexperto Schiller recibió el encargo de retratar a la actriz mientras rodaba El multimillonario. De este primer encuentro, en 1960, sacó una conclusión clara. Ella sabía más de fotografía que él mismo, que por entonces contaba con 23 años. “Entendía la luz, la composición de la imagen, sabía lo que la gente quería ver de una foto suya. Y eso era único en una actriz”, asegura Schiller. Es habitual encontrar negativos de la época con fotografías descartadas que la misma actriz tachaba en rojo, Schiller puntualiza que a Marilyn Monroe le hacían fotos desde que tenía 16 años, y en 1960 cumplía 33. La mitad de su vida ante las cámaras, y bajo las órdenes de los mejores fotógrafos del mundo.
Dos años después se volvían a encontrar. Y ni Marilyn ni él eran los mismos. Schiller ya conocía el negocio, se había hecho un nombre en la profesión y había fotografiado a otros grandes del star system hollywoodiense de la década de los sesenta. Ella se movía entre la oscuridad, entre las sombras, las depresiones y los escándalos amorosos con Sinatra o John F. Kennedy. De hecho, fue despedida –y luego readmitida- de la película Something’s got to give por sus continuos retrasos y ausencias injustificadas, como cuando se fue para cantar el inolvidable, y tantas veces imitado,“Happy birthday Mr. President”. Tras escuchar la propuesta de quitarse el bañador, Schiller lo tuvo claro: “Inmediatamente supe que se trataba de una transacción, de negocios. Me convertí en un instrumento porque vio en mí la oportunidad de hacer algo para ella”.
Nadie podía imaginar que esa sería la última sesión de fotos profesionales de la actriz. Que Something’s got to give iba a ser la última película de la ambición rubia, que quedaría inacabada para siempre. “Marilyn Monroe murió muy joven, es por lo que todavía está viva y se la sigue considerando un sex symbol. Si se hubiese hecho mayor seguro que no se la habría recordado así”, reflexiona Schiller. Desde su muerte cualquier excusa (sean fotos, aniversarios o libros) sirve para evocarla.
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