Vista del río Moldava a su paso por la ciudad
Praga es la capital de la República Checa. También es la capital de la región de Bohemia. A cada orilla del río Moldava, la antigua capital del Reino de Bohemia, se convirtió en una de las ciudades más importantes de Europa Oriental. Sufrió las dos guerras mundiales, y alternó la dictadura de nazis y soviéticos, sin mediar apenas interludio. Capital cultural a todos los efectos, no hay calle, iglesia o teatro donde no se ofrezca espectáculos de música, ópera o danza. Y a un precio apto para todos los públicos, claro rescoldo de su pasado comunista. Devota del saber, levantó la Universidad Carolina, una de las más antiguas del mundo y el Clementinum, cuya impresionante biblioteca barroca se puede visitar.
El Clementinum de Praga
La ciudad antigua es una joya, corroborada por la UNESCO como Patrimonio de la humanidad. Manejable a pie, y exigible a la vista, su cuidadísimo conjunto de fachadas apasteladas, se extiende hasta llegar al alarde de esplendor de la plaza del Ayuntamiento. Entre sus palacios, encontraremos el famoso reloj astronómico. A sus pies, la impuntualidad roza el pecado, porque inmediatamente después de cada hora se puede ver desfilar a las figuras de Cristo y los apóstoles, en una secuencia repetida desde el siglo XV.
Vista general Plaza del Ayuntamiento
Reloj Astronómico
En lo alto de la ciudad se impone el Castillo de Praga, una de las mayores fortalezas medievales del mundo. Su interior fue enriqueciéndose al ritmo floreciente de la ciudad, con envidiables palacios barrocos y jardines, de los siglos XVI y XVII. Ahí encontraremos también la catedral de San Vito, y al lado, el Palacio Real, antigua residencia de los soberanos de Bohemia. Entre sus paredes se produjo la célebre 'Defenestración de Praga', que, cambiaría el mapa de la Europa del XVII, al detonar la Guerra de los Treinta Años (que, bien ceñida a su significación etimológica, se produjo al lanzar por la ventana a dos representantes del emperador católico del Sacro Imperio, Fernando II).
Puertas del castillo con las esculturas y la guardia real
Catedral de San Vito
Y todo lo demás es callejear. Ya sea atravesando el Puente de Carlos, grandiosa obra de ingeniería del siglo XIV, cuya estructura gótica se rodea de estatuas y de artistas callejeros que ofrecen sus lienzos a quien guste de mirarlos. Podrá comprar marionetas típicas y cristalerías de Bohemia en la concurrida calle de Jan Neruda, poeta del siglo XIX (apellido inmortal desde que un tal Pablo, de Chile, lo tomase prestado como pseudónimo para sus versos). Y si hablamos de literatura, podríamos hablar largo y tendido: ya sea de Milan Kundera o del hijo predilecto más atormentado de la ciudad, Franz Kafka, ahora homenajeado en un museo. El escritor murió de tuberculosis con años de ventaja, lo que le evitó ser deportado a campos de concentración, como le sucedió a su familia.
Puente Carlos de Praga
Una de las torres que guardan el acceso al puente
Y es que Praga padeció con intensidad la opresión nazi. Desde el siglo X, los judíos fueron tomando asentamiento en la ciudad, donde sufrieron habituales matanzas y vejaciones. No obstante, fueron creciendo en poder hasta que en el siglo XIX se produjo un saneamiento, que dio por fruto el agradable recorrido urbanístico actual. Ahí resultará imprescindible visitar la sinagoga y el famosísimo cementerio judío, donde las tumbas se han ido agolpando desde hace generaciones.
El antiguo Cementerio Judío
Praga pone las comparaciones en bandeja, y bien cercanas a la vista. Hermosa y sutil, como un cristal de Bohemia, delata al trasluz un rico matiz de culturas. Es una ciudad de corte melancólico, donde casi es preferible cumplir con el tópico climatológico y pasar algo de frío. No mucho, sólo lo justo, para obligarte a entrar en cualquiera de sus antiguos cafés, como el Slavia o el Savoy, y recurrir al glorioso remedio de un chocolate caliente.
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